Y José Luis comprendió que necesitaba reaccionar ante la alarmante tasa de desempleo de su pueblo, y se dispuso a orar. Al no escuchar respuesta alguna, decidió dar un paseo entre los cipreses. Vio a un gato en lo alto de una rama y le preguntó. El gato abrió un ojo, el derecho, y a continuación el izquierdo. Relamió uno de sus bigotes. Cerró el ojo derecho. Lo volvió a abrir. Y le dijo: "La y griega mutará en ye, los hijos pasarán a llamarse como sus madres, a veces, para lamento de futuros estudiosos de la genealogía y no sólo sólo perderá su tilde". A continuación, volvió a cerrar sus ojos, se acurrucó, y comenzó a lamerse los genitales.
José Luis se quedó meditabundo un instante, tal vez dos. Se le iluminó la cara y salió corriendo lleno de alborozo en dirección a la entrada principal. Junto a los escalones de la misma se encontró a un niño pequeño, y procedió a narrarle lo sucedido lleno de excitación. Cuando finalizó el relato y proclamó que ese mismo día procedería a resolver los problemas de su pueblo, el niño lo miró fijamente y le cruzó la cara de un guantazo.
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